¿Qué haces cuando el viaje que planeaste en pareja se convierte en un asiento solitario en un avión?
Julia había soñado con estas vacaciones durante meses. Seis noches en Punta Cana: sol, palmeras, excursiones por la isla y cenas al atardecer. Iba a ser su “reinicio” como pareja. Una oportunidad para reconectar. Pero tres semanas antes del vuelo, todo terminó. Sin explicaciones que hicieran sentido. Sin un cierre que lo envolviera todo en un moño bonito. Solo el silencio de una puerta cerrándose.
¿Y el viaje? Seguía ahí, marcado en el calendario.
“Sé que no es lo que se supone que una debe hacer. Muchas de mis amigas dijeron que lo habrían cancelado y habrían seguido adelante. Pero yo había ahorrado durante meses y era mi primer viaje internacional. Estaba enojada, agotada. Y todo en mi día a día me recordaba a él. Así que decidí ir sola, como una especie de premio de consolación… de mí para mí.”
Julia se hospedó en un bed and breakfast durante los primeros días del viaje. Pensó que era la mejor opción para caminar, explorar y disfrutar de algunas atracciones antes de cerrar sus vacaciones con descanso total en un resort todo incluido.
“Santo Domingo fue mi primera aventura. Quería visitarla porque sabía que a mi ex le habría parecido horrible. Cuando planeábamos juntos, solo quería ir de antro y tirarse en la playa. Pero yo amo explorar y aprender cosas nuevas. La Zona Colonial me pareció vibrante, llena de carácter. Me encantan las ciudades antiguas, me recuerdan cómo los imperios caen. Las ciudades arden y se reconstruyen. Y de alguna forma, la vida insiste en ser bella. Eso me resulta extrañamente reconfortante.”
Al día siguiente, una lancha hacia Isla Saona le regaló algo que no esperaba: paz. El viento en su cara, el agua turquesa que dolía de tan brillante, la sal pegándose a su piel. Se sorprendió a sí misma sonriendo —de verdad— mientras la lancha cortaba el mar Caribe.
El paseo fue ruidoso, algo movido, pero cuando el agua se abrió como vidrio, todo cambió. En la isla, el tiempo se volvió lento. Julia nadó en aguas poco profundas, dejó que el sol le besara los hombros y bebió ron directamente de un coco.
“Hubo un momento en que floté boca arriba en el mar, mirando solo el cielo. Pensé en cuán afortunada soy en tantas áreas de mi vida. Y ahí entendí que ya no sentía rabia ni rencor. ¿Cómo podría? Si me quiero y me valoro lo suficiente como para regalarme paz y descanso, en lugar de caos y amargura.”
Las dos últimas noches, Julia se registró en un resort todo incluido frente al mar. Sin agenda, sin Wi-Fi, sin presión por “aprovechar al máximo”. Solo hamacas, palmeras, brisa marina… y tiempo.
“Por las mañanas escribía en mi diario, lloraba un poco por las tardes, pero hacía mi mejor esfuerzo por disfrutar. Una noche, me senté a ver cómo el sol se escondía en el horizonte. El cielo ardía en tonos naranjas y morados profundos, como una despedida lenta. Pensé en él, y sentí la tentación de extrañarlo. Pero al reflexionar sobre todo lo que fuimos, cómo terminó y lo que este viaje pudo haber sido si aún existiera un ‘nosotros’, lo único que pensé fue:
“Gracias por no venir. Necesitaba esto más de lo que alguna vez te necesité a ti.”
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