Cuando a James Meyers le diagnosticaron linfoma en etapa IV en plena pandemia, los médicos le dieron unos meses de vida… tal vez. Nadie estaba preparado. Ni su esposa, ni sus hijos adultos, ni los cuatro nietos que lo llamaban “Pop”.
“Pasó de cocinar las cenas familiares a apenas poder levantar la cabeza”, recuerda su hija Emily. “Cada semana, esperábamos lo peor.”
A pesar del dolor. A pesar del cansancio. A pesar de las oraciones susurradas y las que nunca se dijeron.
Un día simplemente dijo: ‘Quiero vivir. Quiero volver a ver reír a los niños.’
Contra todo pronóstico, comenzó a recuperarse. Lentamente. En silencio. Un escaneo trajo lágrimas de alegría contenida. El cáncer había respondido. Le dieron más tiempo.
Así que los Meyers decidieron aprovecharlo al máximo.
Planearon una semana completa en Orlando, Florida. No solo unas vacaciones: una celebración de la vida.
Compraron entradas para los parques temáticos. Rentaron un auto para visitar Cocoa Beach y Clearwater. Cada día fue algo que James pensó que jamás volvería a vivir: tomar la mano de su nieto en una montaña rusa, comer funnel cake bajo el sol, ver fuegos artificiales con los ojos llenos de lágrimas.
“Pop me miró durante el desfile en Magic Kingdom y me dijo: ‘Jamás imaginé volver a ver esto.’”
Una noche, James se puso de pie en la cocina de la casa rentada, rodeado de su familia, cortando el pavo.
“Pude hacer el brindis”, dijo.
“Fue la misma oración de cada año. Pero esta vez, significó todo.”
Copyright © 2024. All rights reserved
WhatsApp us